Cada vez es más indudable, que los imperios empresariales y financieros, están aprovechando la crisis, para llevarse al plato la mayor ración conocida del bienestar laboral. Este dulce amargo les produce adicción. Para eso se valen de sus tretas propias: falsean la realidad, financian campañas tratando de crear estados de opinión favorables a sus inexactas teorías, se valen de personajes sin moral para infundir su doctrina. Juntan lo peor, para así obtener un deshonesto provecho.
Pero si su punto fuerte es el poder del dinero, el de los trabajadores la dignidad. Aunque solo con virtudes no basta. Hay que recuperar el orgullo de ser trabajador, junto al valor del trabajo, como unos de los principales activos mundiales de la sociedad. Empezando por reconocer con satisfacción, que ser considerado como asalariado o trabajador es pertenecer a la clase mayoritaria y con certeza la más ennoblecida de la población. No debiéndose caer jamás en la confusión de clases, creyendo pertenecer a una superior cuando no se es de ella, ni se tendría más prestigio personal por pertenecer a la misma. Hay que ser de los nuestros, de los parias de la tierra, sí; pero con corazón solidario mas la mente abierta al bien común, dando ejemplo de fortaleza de principios, de honestidad y de profesionalidad. La clase obrera siempre ha causado respeto, porque mantenía sus ideales de superación y sabía defender sus derechos con gallardía. Pero, ¿los asalariados conservan aun esa consideración respetuosa, fruto de la decidida entrega a su causa? Para mí, se ha perdido mucha. A pesar de ello, en beneficio de los hermanos trabajadores aragoneses, españoles, europeos, del mundo, urge de nuevo recuperarla.
En el presente, se extiende una opinión sumamente equivocada para el movimiento obrero y sindical, al ir implantándose la idea de que los trabajadores de ahora son de clase media y no clase trabajadora, produciendo un efecto desclasado y desmovilizador tremendamente negativo para la acción sindical y la lucha obrera. Porque claro, ¿dónde esta el límite salarial o de pertenencias que separa a la clase trabajadora de la clase media? ¿Son acaso los de veinte mil euros anuales de clase media? ¿Y los de treinta mil? Cada cual tendrá su opinión, pero la mía es rotunda: Toda persona que ahora percibe menos de cincuenta mil euros al año, ha de pensar que es clase trabajadora y nada más. No hacerlo así sería un engaño para ella misma. Si entre la pareja ganaran el doble, se podrían considerar en conjunto de una república diferente; aun continuando como clase trabajadora cada uno de por sí. Se intenta hacer falsos trabajadores ricos, para que no reivindiquen sus intereses básicos, confundidos por nubes de grandeza ilusorias.
Excepto los altos ejecutivos –aunque he conocido presidentes de compañías alemanas afiliados al sindicato IG-Metall-, tanto los mandos como los técnicos de todos los niveles, tienen que organizarse y defenderse como los demás (en UGT existe la agrupación de técnicos y cuadros), al ser su condición social como trabajadores igual a la del resto de sus compañeros; aparte de las superiores retribuciones que pudieran percibir. Sí, ya sé, que hay autónomos y empresarios de pymes que pueden ganar menos y no llegar a los fronterizos cincuenta mil euros marcados para alcanzar la condición media. Estos emprendedores que se cataloguen como mejor crean, de bronce o de plata, a pesar de que les debería servir la misma regla de selección a una u otra condición. Este dilema me recuerda, lo que un colega dice: “Se tendrían que unir los trabajadores y los empresarios de verdad... contra el resto del mundo”. No le falta razón, dado que buscando objetivos comunes se podrían superar ambas partes, amparados por reglas distributivas justas. Mucho más en este tiempo confuso de crisis, con abusos bancarios junto con reformas sociales sin igual.
Entre las falsedades interesadas con idea de intimidar a los trabajadores, recientemente la canciller alemana, Ángela Merkel, ha venido a decir que, para su genio, los españoles son vagos. Por trabajar pocas horas, jubilarse pronto. Y, hasta puede pensar, al pasarse el día toreando, durmiendo la siesta, de palique matutino, acompañando a la moza a la fuente. ¡Que castigo! Que alguien le aclare que, para nuestro pesar, la jornada laboral española, es superior a la media europea y mayor que la alemana. Aquí por desdicha, no ha sido posible establecer la jornada semanal de 35 horas en vez de 40, como se ha hecho en Francia y Alemania. Siendo peor la circunstancia, de que en España con las horas extraordinarias se hacen nocivos prodigios. Hasta el extremo, de que esta muy extendida una forma de contratación verbal fraudulenta consistente en: “Tanto te pagare por diez horas de trabajo diarias (o por once), en vez de las ocho establecidas. Si quieres el trabajo lo coges y si no otra persona lo hará. Con la crisis, me sobran aspirantes al puesto que tengo vacante”.
Si hay suficiente trabajo, por este método semioculto a la luz administrativa, se pueden estar haciendo en España 10 horas o más de jornada extraordinaria a la semana, las que pueden llegar a sumar hasta 500 extras al año, cuando el tope legal es de 80. Todas ellas, fuera del control de la señora Merkel y de los Inspectores de Trabajo. Basta con ver la salida de los polígonos industriales a las siete de la tarde, para constatar esta anormalidad. Así que, hasta se puede decir, que los españoles trabajan más que nadie y con mayor penosidad, debido al elevado trabajo extraordinario que realizan. Como para aguantar encima, que nos llamen holgazanes. Por descontado que los españoles no son vagos. Pero en España si hay empleadores inmorales, que amparados en el alto nivel de desempleo, no aplican la legislación laboral e imponen a su voluntad, las condiciones salariales y de trabajo, a unos demandantes de empleo menos reivindicativos por influencia de la propia crisis. No obstante, siendo que hay tanto paro, ¿Por qué se tolera el exceso ilegal de horas extraordinarias? ¿Qué hace a tal efecto el Ministerio de Trabajo? Con la lucha de los delegados sindicales, no basta. Por cierto, en todas las empresas que se hacen muchas horas extraordinarias, se tienen malos convenios.
Es asimismo inmoral y tampoco se condena, pedir continuamente como se hace moderación salarial a las trabajadoras y a los trabajadores, sin solicitar jamás esa misma moderación en los incrementos de los precios, en los beneficios empresariales, en los sueldos vergonzosos de los banqueros y de los altos ejecutivos. Es inaudito. No lo hace casi nadie. Ni tan siquiera desde la economía keynesiana, ni desde el hospital de la socialdemocracia. No lo entiendo. ¿Se cree acaso que han de ser los trabajadores, por el hecho de serlo, los únicos que sufran la caída de sus ingresos por la recesión? Esto es como si se dijera: sin crisis ganamos nosotros como siempre y con crisis lo mismo; no así tú, que has de ganar menos. ¿Quién puede permitir que se le plantee un recorte en estos términos? ¿Es justo que se haga una injusticia así? ¿Es razonable pedirle moderación salarial al camarero, mientras sube el precio del vino el tabernero?
Es más, si la continua solicitud de moderación a los empleados no se quiere hacer general, afectando a todos los estamentos de la población; el sindicalismo debería tomar la palabra para exigir la misma moneda para todos o para nadie, enmendando ese abuso. Ahora se puede comprobar que en junio, la tasa de inflación se ha reducido tres décimas, bajando del 3,5% al 3,2%, sobre todo por la caída de algunos precios. Es necesaria una mayor estabilidad de precios, para evitar un crecimiento inflacionista descontrolado e inseguro para el desarrollo salarial y económico. Es obvio que sería más efectiva esa medida que la fijación enfermiza en la moderación salarial, aunque esta también tenga su influencia, tal como los sindicatos admiten.
Los látigos de papel contra los trabajadores, continúan con su labor intoxicadora e impúdica al servicio del dios capital. Estos días han escrito: “Hay que avanzar en la movilidad geográfica”, “hay que continuar reformando la regulación de la contratación, el despido y la negociación colectiva”, “hay que intensificar la reforma laboral”, “hay que seguir abordando reformas del mercado laboral y mejorar la movilidad geográfica del capital humano” (los humanos no son capital, son personas), “hay que generar las condiciones en el mercado laboral, para reducir al mínimo la pérdida de capital humano (se dice factor humano, no capital), “hay que profundizar en la reforma del mercado de trabajo”, “el mercado laboral tiene que ser más ágil y flexible en el sistema de contratación-despido y en la adaptación de los salarios a la productividad. Mientras se avanza por ese camino hay que incidir en la movilidad”, “hay que profundizar en la reforma del mercado laboral para dar cabida a un mayor volumen de empleo”. “el trabajo a tiempo parcial es un instrumento válido en los debates sobre el futuro del empleo y el reparto del trabajo en España”. Hasta ha habido un atrevido látigo local, que bárbaramente ha llegado a publicar, que el coste de los trabajadores fijos españoles es el más caro del mundo.
En concreto, más reforma laboral, con el anuncio de dos nuevos grilletes: La potenciación de la movilidad geográfica y el trabajo a tiempo parcial como solución al desempleo. Su sabiduría de la contratación parcial, sospecho que consistirá, en que trabajen más personas con el mismo volumen de trabajo y menor salario para todas; o se firmaran cuatro horas diarias de trabajo y se harán ocho. Los látigos papeleros, no paran. Son personajes muy atareados. Los banqueros no les dan respiro. Al final, los sindicalistas tendrán que hacer con ellos, lo mismo que antes se hacia con los esquiroles en las huelgas; dar a conocer sus nombres a los trabajadores, por medio de listas expuestas en los tablones sindicales. Se ve que la derecha va a llegar al gobierno y los pájaros aumentan sus trinos.
Hoy, sin embargo, todo lo anterior carece de importancia. El 22 de julio se hizo la noche y broto el dolor en todas las partes del mundo, por el odio de un vil asesino de ultra derecha que en Oslo asesino a 76 personas, de ellas 68 adolescentes socialdemócratas, que se hallaban de acampada juvenil en la pequeña isla de Utoya, convocados por el Partido Laborista. El homicida ha dicho que su objetivo era castigar a la socialdemocracia por importar musulmanes; queriendo salvar a Noruega y a Europa occidental de los musulmanes y del marxismo cultural. “Este es vuestro último día, os voy a matar a todos, hijos del diablo”. “Los jóvenes le suplicaban, él disparaba”. “Quería liquidar a los futuros dirigentes de la poderosa socialdemocracia noruega”.
No caben más palabras. No puedo escribir más. Solo me viene a la mente, la figura de Olof Palme, que en homenaje a las víctimas, a sus hijos ideológicos, también debemos recordar.
26.07.2011 Fernando Bolea Rubio
Sindicalista