Cuando en política no se tiene la medida exacta de
las cosas, el fracaso es seguro y llega pronto. Como en Grecia acaba de
ocurrir, con las andanzas del partido gobernante Syriza y de su primer
ministro, Alexis Tsipras. Lo que allí ha pasado es bochornoso e inimitable,
tanto en España como en cualquier parte del mundo. Al convocarse un referéndum
en medio de una negociación, pidiendo el “no” en él; para después de conseguir
en la consulta un “no” rotundo, tal como se pedía, firmar de inmediato -por su
cuenta y riesgo y sin respetar la voluntad popular-, un acuerdo más malo que el
existente antes de votar. Siendo lo peor, el que con todos los graves problemas
y sufrimientos que los griegos padecen, se ha ido para atrás; cuando la
izquierda está para avanzar y no retroceder. La población lo pasa muy mal y no
se merece que le hayan hecho esto. Hasta el Nobel de economía, Paul Krugman,
que tanto ha defendido la necesidad de una quita de la deuda griega, ha
confesado que se siente “decepcionado” con Tsipras.
Los referéndums honestos se realizan al final de la
negociación, pidiendo y defendiendo sus convocantes el “si” y nunca un “no” a
lo negociado, para saber si los afectados aceptan o rechazan lo conseguido. En
mi actividad sindical yo he convocado varios, pero siempre de este tenor. Otros
piden “no” para quedar bien y con una falsa aureola de más reivindicativos o
luchadores; aunque están deseando que salga “si” para posteriormente poder
decir: Yo no quería hacerlo, sin embargo los griegos, los trabajadores o el
sindicato tal tienen la culpa, porque al votar favorablemente me obligaron a
firmar. Posiblemente, en la idea inicial del referéndum griego, se pudo pensar
en estos términos. Si bien más tarde, cometieron el error táctico de pedir el
“no”, quizá pensando que ante las necesidades de la población, más el efecto
demoledor del “corralito” bancario, la población votaría “sí”, aun pidiendo
ellos lo contrario. Librándose de asumir las culpas de no obtener en la
negociación, lo que electoralmente habían prometido.
De manera que, todo se pudo complicar al votarse
“no” y el Gobierno tener que dar por bueno lo que antes había duramente
criticado. De ser así sería una canallada, ya que a la gente no se le puede
engañar. En los referéndum en la fábrica de GM en Zaragoza y en plan de broma,
al caer la tarde algunos colegas de UGT les decían a los que pedían el “no”,
mientras que nosotros solicitábamos el “sí”, que creían que ellos iban a ganar
y más de uno se ponía blanco. Espero que en ese país, no se haya dado tamaña
desfachatez. Alexis Tsipras declaró ayer, que se sentía muy orgulloso de haber
llenado las plazas de banderas griegas. Posiblemente no lo esté tanto, de que
en el Parlamento -por responsabilidad de Estado- sea gracias a los votos de la
oposición, el que pueda sacar adelante las medidas escabrosas por él aceptadas,
por la división interna en su partido. Para él, ¿aún serán tan malos los
socialistas de allí?
Syriza y Tsipras representan a la izquierda radical
griega, habiendo ganado las elecciones con un programa populista e
inalcanzable, queriendo romper -tal vez por pura ignorancia- el status quo de
la política griega y europea, haciéndola girar hasta lo infinito de los
paraísos izquierditas. Mas a la primera curva se han ido de la calzada y
velozmente han vuelto a ella, para no equivocarse de nuevo. Hay partidos de
izquierdas que yo los denomino “la anti-izquierda de la izquierda”. Agrupando
en esa denominación, a toda aquella organización política de izquierda, que se
ha quedado estancada en sus obsoletas ideas y no se supera asumiendo la
realidad ideológica y política a día de hoy. Y a los partidos cuyo fin es ganar
de cualquier manera, haciendo política demagógica e informal. A toda esa
izquierda yo la llamo anti-izquierda, por el daño que le hacen a la
izquierda actualizada y responsable.
Así, a todos aquellos que quieren aparentar ser más
de izquierdas que los socialistas les diré, que el máximo giro hacia la
izquierda no lo ha dado Syriza. Ni tampoco el descalabrado Movimiento Cinco
Estrellas del cómico italiano Beppe Grillo. Ni mucho menos Podemos en España,
al ser como alpiste para los canarios su juego de no ser, ni de izquierdas ni
de derechas. El que piense en esas simplezas,
desconoce por completo la historia democrática de la izquierda. El gran salto a
la izquierda lo dio el presidente socialista francés, François Mitterrand, en
mayo de 1981. Todo lo que se dice ahora, son pequeñeces con aquello.
Pero poco después, al ver como la economía francesa
se le venía abajo, tuvo que cambiar su trayectoria a lo que ya entonces los
mercados financieros permitían, por tener que hacer uso de ellos para poderse
financiar. Tal como Joaquín Estefanía escribió (el día 20) en El País:
“Mitterrand fue obligado, por la presión de los mercados, a abandonar la
política keynesiana con la que había comenzado su mandato (incremento del
salario mínimo, expansión de la demanda a través de la inversión pública,
reducción de la jornada laboral, nacionalización de 36 grupos bancarios,
incremento del déficit público, etcétera)".
Y sigue recordando Joaquín: “Aquella rectificación
hizo que, unos meses después, Felipe González tirase a la basura el programa
electoral con el cual había ganado las elecciones con 11 millones de votos -muy
parecido al de Mitterrand- e iniciase una vía de ajuste que duró varias
legislaturas”. Lo que vivimos aquello, lo recordamos bien. Debiendo asegurar,
dado que es verdad, el que hasta ese momento la línea ideológica del Partido
Socialista Obrero Español era totalmente pura con los ideales del socialismo
democratico más exigente, sin que yo tenga
críticas que hacerle.
Por todo ello se ha de saber que desde 1981, el
mundo es otro y la izquierda europea también. Sí el Estado necesita
financiación ajena, no caben ni nunca han cabido cambios rupturistas
izquierdistas. Únicamente, políticas socialdemócratas que atiendan la pobreza,
velando por el reparto de la riqueza, consiguiendo que la población tenga las
mismas posibilidades, disponiendo de un buen Estado del bienestar. Con
políticas de estímulo a la economía y en el mismo sentido, políticas
keynesianas más o menos intensas, a las que la izquierda no ha de renunciar
nunca. El mayor problema de Mitterrand fue, por la nacionalización de la
banca.
Debiéndose tener muy presente, el que fuera del
centroizquierda, de la socialdemocracia... sólo hay el desengaño griego, por
haber confiado en políticos y partidos anti-izquierda.
24.07.2015
Fernando Bolea Rubio
Sindicalista