Con el anuncio de José Luis Rodríguez Zapatero de no ser candidato del PSOE a la Presidencia del Gobierno en 2012, después de haber ejercido esa responsabilidad durante dos legislaturas; se debe abrir una seria reflexión entre los socialistas, con repercusión en los simpatizantes y en la sociedad, con la firme idea de que los trabajadores y los progresistas vuelvan a recuperar la confianza en el partido y en sus dirigentes. Una esperanza que se ha perdido, por los errores gubernamentales cometidos y el abandono de la política socialdemócrata, que ha de volver a ser la seña de identidad.
Es tanto el deterioro que se ha producido que, se llega a decir, que los “trabajadores no tienen partido” (Carlos Carnicero); dado que en la economía, la política y el Gobierno, se ha impuesto el neoliberalismo como culto general, pasando a ser el socialista como un partido de derechas más. Lo cual requiere la primera reflexión. ¿Se debe volcar el partido en defender totalmente, como lo ha hecho, la política de un Gobierno que se dice socialista, aunque este no respete el programa electoral ni la ideología propia? ¿Cabe mantener un minuto más, el exceso de soberanía de los cabezones y las cabezonas de las listas electorales que, al llegar al poder, someten el partido a su voluntad e interés en sus áreas de influencia? ¿Pueden seguir las agrupaciones locales sin hacer asambleas de afiliados, anulando así el debate interno? ¿Si principalmente se votan las siglas y no tanto a los candidatos, porque estos se imponen a ellas, olvidando que los votos son del partido y no suyos? ¿Por qué se permiten (como en la mayoría de los partidos, por cierto), las familias o los grupos de poder, para que tres o cuatro ciudadanos de la causa escalen los muros del imperio?
¿Acaso, los partidos políticos no son internamente democráticos? En sus estatutos sí, totalmente; más en la praxis van dejando de serlo. El PSOE (posiblemente igual que los demás), se ha convertido desde hace años en una simple máquina electoral, sacrificando a ese fin, todos sus viejos valores de participación y democracia interna. Así, puede ocurrir de todo, nadie controla a los cargos electos, debido a que las comisiones ejecutivas, los comités, los congresos correspondientes, son simples fachadas decorativas de exaltación al líder salvador.
Antes en las organizaciones socialistas, las comisiones ejecutivas dirigentes tenían que presentar su gestión por escrito, de manera colegiada y especifica de cada secretaría cada seis meses; entregándose la misma a cada uno de los miembros de los órganos censores con un mes de antelación, para su fiscalización y aprobación o rechazo. En los debates de la gestión en los comités y en los congresos, nadie podía tomar la palabra para defender la tarea de esos órganos de dirección -salvo ellos mismos-, pudiéndose hacer únicamente para criticar la labor realizada. En 1.976, aun en la ilegalidad, en el primer congreso de UGT en España después de la guerra, las delegaciones extranjeras se alarmaban al desconocer este procedimiento, llegando a decir uno de estos invitados con preocupación: “Hasta ahora han tomado la palabra diez delegaciones y todas han criticado la gestión de Nicolás (Redondo), ninguna la ha defendido”.
En la actualidad se somete la gestión a votación solo una vez al año, pudiéndose criticar como antes, pero también analizarla y alabarla para comodidad de los dirigentes a juzgar. Como resultado: apenas se critica, se hace poco uso de la palabra, los debates se adormecen, las resoluciones pierden valor. Por consiguiente, se ha pasado de un estado de información y debate puro, a otro insustancial de casi obediencia y sumisión interna, que deja el campo libre para el nacimiento de presidencialismos y caudillajes sin crítica ni oposición real. ¿Hasta cuando se va a seguir así? ¿Los dirigentes creen quizá, que este ocaso hay que mantenerlo para siempre, degradándose cada día más? ¿De esta forma, el partido socialista se podrá mantener otros cien años? Me temo que no será la cúspide la que reoriente la organización, si no recibe una fuerte presión desde la base.
En mi opinión, es necesario y urgente que haya una regeneración en el interior del partido, para corregir sin dilación las desviaciones que sufre. Por tanto, de forma estatutaria y por el procedimiento que corresponda, por responsabilidad política y moral, se ha de volver a la critica constructiva en los órganos de control a las direcciones correspondientes, abriendo los procedimientos para que se rehabilite y avive la opinión autónoma de los afiliados, para que nazcan sugerencias de abajo a arriba, no sólo de la cúpula a la planta baja, teniendo en suma consideración las propuestas de las comisiones ejecutivas de rango inferior. Hay que dar vigor a la militancia, para llenar de vida los espacios muertos.
Las afirmaciones anteriores tienen más necesidad de aplicación, si se considera que un error del Presidente Zapatero ha sido, no contar con la opinión real de los cuadros y militantes del partido; porque ni se han podido expresar adecuadamente por las carencias del funcionamiento organizativo, ni él las ha querido escuchar porque con su propio parecer ha creído tener bastante. En vez de asumir el sistema participativo del partido, implantó un absurdo sistema presidencialista y los fracasos políticos no tardaron en venir. Así las cosas, se llega a no admitir críticas, prescindiendo hasta del que las hace, como se demostró al cambiar a buenos ministros sin motivo aparente; cuando las opiniones discordantes han de ser palancas de superación y un aliciente para mejorar la gestión.
El mal ya esta hecho, pero que no se cometan más errores. A ningún socialista le gustaría que Zapatero acabara su periodo presidencial peor valorado de lo que está, sí mejor; porque se le aprecia y no se olvida que creó ilusión en infinidad de personas, librando a la sociedad de la llegada del PP al poder al menos durante ocho años. Debiéndose reconocer que aun siendo el responsable de sus actos, todo parece indicar que ha estado mal asesorado, al girar su política hacia la derecha y coincidir con asesores neoliberales del Ministerio de Economía y del Banco de España, que no le han debido decir la verdad -o tampoco la ha querido escuchar-, sobre el estado real de la deuda privada de las empresas, el ladrillo y la banca, cuyo alcance es mayor del imaginado; haciéndole creer, que con una reforma laboral y atornillando las pensiones se remediaría la crisis, cuando ambas acciones tan sólo han servido para que los trabajadores perdieran derechos inútilmente, para que él mismo dilapidara la confianza de sus votantes y acaso para que los socialistas pierdan el Gobierno de España, más alguno de comunidad como en Cataluña, la niña mimada del zapaterismo.
Cuando el Presidente afirmo que “reducir impuestos era de izquierdas”, empezaron las averías. Que declaración más nefasta y a la vez clarificadora para conocer su pensamiento real. Pero sin duda lo peor es, que se puede hacer otra política económica, al tener el Estado capacidad financiera para llevarla a cabo y no se aplica. La deuda pública española es baja, del 65% del PIB. ¿Por qué se aporta dinero público para sanear las cajas y los bancos, en vez de dejar caer a las entidades que tengan que hacerlo (cubriendo a los impositores), como ocurre en la inmensa mayoría de las empresas? ¿No quebró Lehman Brothers en EE.UU., el paraíso del capitalismo? Con ese dinero se podría crear una banca pública, que impulsara la concesión de prestamos a las familias y los negocios, incrementándose el consumo y por ende el empleo. El capital público se tendría que dedicar a la economía productiva, no a la especulativa, financiando a las empresas con créditos suficientes para que el crecimiento y el trabajo fluya.
Si el Estado se endeuda más en los mercados financieros mundiales, para cubrir las carencias de la banca, lo cual no esta repercutiendo para conceder más créditos para el desarrollo del país, al explotar ella misma las partidas económicas que se le prestan, en operaciones financieras para generar mayor capital particular, en beneficio de los propios bancos. El Gobierno debería cambiar esa orientación a todas luces negativa, dedicando ese esfuerzo inversor en políticas keynesianas, de desarrollo de la actividad como motor de progresión. Por ejemplo, planificando un ambicioso plan de empleo juvenil -como se esta haciendo en Francia, por medio de un programa de formación con 35.000 millones de apoyo a la universidad, que establece el objetivo de incorporar entre 600.000 y 800.000 jóvenes al mundo laboral-; dado que es reprochable que con más de un 40% de paro juvenil en España, el doble de la media de la unión europea, el Gobierno no diga ni haga nada a este respecto. Y, financiando, un proyecto de rehabilitación de viviendas, como propone MCA UGT, que crearía 600.000 puestos de trabajo. Francia invierte en juventud y nosotros nos dedicamos a reflotar bancos y banqueros. Incomprensible, la verdad.
“Nos van a arruinar. –Ni unos ni otros” hablaban dos mayores en un semáforo, reflejando sabiamente el sentimiento de fracaso de la política en la sociedad. El PSOE perderá representación en los próximos comicios, pero el PP también tiene sus dificultades. En la última encuesta del CIS, Zapatero obtuvo la baja nota de un 3,3 de aceptación, superando a Rajoy que con un 3,25 aún quedo peor. De manera tal, que por el abandono del socialista su partido tiene que elegir a otro líder; como el popular debería hacer lo mismo, al disponer de un candidato que no gusta a los españoles, por mucho que lo quieran imponer. La verdad es que, los dos principales partidos del país y por diferentes circunstancias, no tienen ahora dirigentes firmes de futuro, lo que requiere obrar en consecuencia. Es decir, que no sería descabellado considerar la próxima legislatura como un periodo de transición, para que en ese tiempo los dos partidos puedan designar a sus candidatos, que ya frescos y renovados competirían en las elecciones siguientes.
¿Quien podría ser el presidente transitorio, o de continuidad si se diera el caso? Yo creo que Alfredo Pérez Rubalcaba sería la persona ideal, porque entre otros motivos, si no ha ocurrido antes, en ese plazo y con él en la presidencia se acabaría definitivamente el terrorismo. Si en el 2012 el Partido Popular no gana las elecciones, Mariano Rajoy tendrá que levantarse de la tumbona para dejar el sitio al sucesor. ¿Esto puede ser posible? Porque no. Si la izquierda se lo propone, sucederá.
20.04.2011 Fernando Bolea Rubio
Sindicalista