La mayoría de la juventud esta preocupada por su futuro, en muchos casos con signos de desesperación, pero generalmente ninguno de sublevación, lo cual no tiene una explicación lógica. Como máximo, parecen tener una mínima disposición a secundar alguna movilización si es a la carta, a su gusto y medida. “En una empresa que trabajé tres meses, no hicimos la huelga general del 29-S, porque ya se había hecho la reforma laboral y para qué”, he oído decir a un buen chaval en paro. Hilando tan fino, no zurcirán el calcetín.
Cuando los sindicatos convocan una huelga, se hace. No cabe más explicación. ¿Por qué haces huelga? “Porqué lo dice mi sindicato”, suelen contestar los colegas alemanes. Así de simple puede ser el apoyo más efectivo, porque con este tipo de respuesta se fortalece la central sindical ante la parte que se enfrenta, recayendo las ventajas sobre sus representados. Las movilizaciones son acciones colectivas. No se pueden hacer a la medida de cada uno. En ellas hay que unir muchas voluntades: diferentes sindicatos, sectores, colectivos, comunidades, enlazar las protestas con otras de la Unión Europea a través de los movimientos sindicales correspondientes, acertar en su repercusión política y mediática, buscar el mayor efecto para que el esfuerzo obtenga superior recompensa. No obstante, las huelgas se programan precedidas de innumerables debates en procesos de participación interna en los sindicatos, con asambleas informativas en los centros de trabajo, polígonos y donde proceda.
¿Qué significa lo anterior? Pues simplemente, que tanto las huelgas como las principales decisiones del movimiento obrero, las toman democráticamente los trabajadores organizados. Las personas afiliadas a los sindicatos, al adquirir sus organizaciones la responsabilidad y el compromiso necesario de ejecución de lo acordado, disponiendo de procedimientos y medios para poderlo hacer. Así debe ser, aunque en muchos casos, los no afiliados al no participar en los procesos y ser solo informados, no conocen en profundidad las estrategias y las razones esgrimidas. Si bien ocurre que, en los asalariados no organizados y menos concienciados, se ha ido estableciendo una desviación negativa, en el sentido de que ante las dudas que se pueden tener, en vez de informarse mejor y tratar de comprender los motivos reales de las huelgas a realizar; para algunos de ellos, lo fundamental es buscarse una buena excusa para no hacerlas. Además, tratando de aparentar que la culpa es de la convocatoria y no suya, a veces con un discurso que hasta intenta ser más radical que el sindical, como justificación para obviar el paro y quedar como un gallo valiente ante sus compañeros y conocidos, cuando en realidad se hace de esquirol (obrero que no sigue la orden de huelga o el que reemplaza en su trabajo al huelguista), que es el peor calificativo que se le puede dar a un trabajador o a una trabajadora.
¿Qué no se esta de acuerdo con el papel secundario de los no organizados? La solución es sencilla, se adquiere la afiliación y asunto solucionado. La sindicación es libre y voluntaria, existiendo todo tipo de opciones para poder elegir; debiéndose hacer, por solidaridad y en beneficio personal y de clase. Una persona asalariada no afiliada no tiene justificación posible. Que un trabajador no este afiliado, para mí es incomprensible. Las empresas tienen sus patronales y los trabajadores sus sindicatos. “Cuando se legalicen las organizaciones sindicales, saldremos de trabajar... iremos a casa a lavarnos y a peinarnos y después al sindicato”, decía yo a mis compañeros de trabajo en los años de la dictadura. Aquella era una ilusión, que parecía que nunca iba a llegar y ahora que se disfruta, no se valora lo suficiente y hasta se desprecia. La juventud no sabe lo que tiene, ni se aprovecha de lo que hay. Sí me gustaría subrayar, que en todo caso, la Unión General de Trabajadores no es una máquina de hacer huelgas, es una máquina de negociación.
Pues bien, que estas pinceladas sindicales sirvan para decir, que los obreros se dotaron de estas herramientas de defensa y emancipación en el siglo XIX, que se fueron perfeccionando durante el XX, y que todavía se aplican en el XXI. Con estas armas, los trabajadores han ido conquistando el bienestar laboral y social alcanzado hasta ahora, quedándose establecidas para que si lo desean la juventud y las futuras generaciones de trabajadores, las puedan seguir utilizando en su bien. Debiéndose destacar que estos utensilios ya han demostrado su eficacia, porque los avances logrados son consecuencia de su virtud y vigor. Hay por tanto un resultado que es cuantificable y digno de la mejor valoración, para las personas mayores que se han servido de estas tácticas y, que sin duda se seguirán sirviendo, siempre con ánimo de luchar por las ideas y los objetivos, optimizando día a día los procedimientos.
Sin embargo, la juventud esta indefensa. Sufre autenticas calamidades de desempleo, contratos basura, bajos salarios, pérdida de derechos y de estima personal, de inestabilidad laboral con carencia de cotizaciones, no pudiendo dibujar un futuro atrayente y sólido en ningún sentido. Ya está bien. ¡Cómo lo toleran! Pero claro, no se defienden ni saben como hacerlo. La mayoría no confía en los sindicatos, pero esta opción no la han sustituido por otra, por lo cual no tienen ninguna. No se quieren afiliar en mayor medida a las organizaciones sindicales, porque en realidad hay mucha incultura sindical e infinidad de gente sin suficientes ideas sociales y de izquierdas. El problema es muy serio y difícil de remontar. Antes existía la escuela sindical del trabajo que se iniciaba a corta edad desde el aprendizaje en las empresas; sin embargo, en las últimas tres décadas se han sustituido en gran porcentaje las empresas por las aulas de licenciatura, teniendo la juventud menos oportunidades para poderse formar sindicalmente, al no haber experimentado las rigideces y las injusticias del trabajo.
¿Y ahora que pueden hacer? El primer error sería dirigir solo la mirada a la red, porque en sindicalismo y en las movilizaciones los manifestantes se tienen que sentir, tocar y ver en la calle, portando las pancartas reivindicativas y agitando las banderas unitarias e indentificativas; no demostrando su hipotética fuerza con mensajitos por medio de una ridícula, fría e inhumana pantalla de ordenador. En los grandes conflictos laborales, el que domina la calle al final gana. Produciéndose por desconocimiento e ignorancia, algunas anormalidades en el uso de internet, dado que hay jóvenes que no se conectan con la web de los sindicatos -no, eso no se lleva-; pero sí con las de grupos fascistas y de extrema derecha. Estos chicos no saben por regla general cómo son y actúan esos fanáticos individuos, debido a que rondan por los colegios aragoneses de Dios, un inocente muchacho que se dice fascista, con una gran cresta en el pelo, que es lo más raro y contradictorio visto; así como otros seres de su especie, charlando amigablemente con inmigrantes de países pobres, desconociendo que les pueden llegar a inculcar que sean esos mismos amigos el blanco de sus odios, iras y violencias. ¿Sabes lo que significa esa chapa, porque simboliza crímenes a la humanidad y muerte? Qué dices, tú siempre igual, no lo sé pero es tan bonita. El sindicalismo y la política acabaron con el fascismo. Quedan cuatro nostálgicos pero no renacerá.
Estos días es novedad el pequeño libro: ¡Indignaos!, del joven francés de 93 años, Stéphane Hessel, que con 1.700.000 ejemplares vendidos en Francia, 120.000 en España, y editado en 30 países; hace un alegato contra la indiferencia y a favor de la insurrección pacífica. “Esto se puede cambiar. Comprometeos, indignaos. Buscar formas de militancia y resistencia pacifica, recuperar la confianza en los partidos y buscad en internet las organizaciones que defienden los derechos humanos. Con un clic podemos contactar con gente que comparte la misma indignación. No estamos solos”, acaba de declarar el autor a la prensa española. “Un grito contra el conformismo”, titulaba El País su crónica. “Yo también estoy indignado”, escribe José Luis Sanpedro de su misma edad, en el prólogo de la publicación. Él se ha convertido a sus años, en el líder juvenil con más seguidores, a los que les dice: “¿Cómo puede faltar hoy dinero para mantener las conquistas de las medidas sociales, cuando la producción de la riqueza ha aumentado?” “Os deseo a todos, a cada uno de vosotros, que tengáis vuestro motivo de indignación. Es un valor precioso”. “Para ser eficaz hoy en día, se debe actuar en red, aprovechando los medios modernos de comunicación”. Es un libro sencillo e impresionante, que convence por los argumentos que muestra, tanto como por el ejemplo de la vida comprometida del escritor.
Se ha podido leer en la prensa: Los jóvenes tendrán móviles con GPS, pero puede que solo les sirva para encontrar la oficina del paro más cercana. Dispondrán de vuelos baratos para viajar, pero es probable que no puedan hacerlo hasta que se jubilen después de cumplir 70 años. Internet tiene la cualidad de convertir a cada usuario en el chico del megáfono de la manifestación. ¿La próxima rebelión juvenil ocurrirá a golpe de clic? En Portugal, un grupo de jóvenes (Generación de la Precariedad) convocó una manifestación a través de redes sociales y el 12 de marzo reunieron a 200.000 personas en Lisboa al grito de “este no es país para jóvenes”. Perfecto, en España también se puede lograr esta hazaña; pero, ¿después que? “Un líder estudiantil advierte, que la red puede ayudar a difundir los mensajes, pero las conquistas se logran en la calle”. Por supuesto.
Más, no basta con salir y ocupar las calles. Hay que tomar la dirección y la responsabilidad del movimiento, porque si no se hiciera así, podría ser dirigido por gente desconocida y sin compromiso organizativo, siendo posible que orientaran la corriente por cauces equivocados e irresponsables. Y, esto, sin una organización sindical fuerte detrás, sería simplemente una utopía que navegaría a capricho de las olas del mar. Las movilizaciones serias con objeto de impactar requieren, direcciones y líderes con prestigio y autoridad, que digan cuando se empiezan y, lo que es infinitivamente difícil, cuando se acaban; porque todos los conflictos tienen principio y fin, debiendo ser la salida tan exitosa como la entrada, para mantener vivo el espíritu del movimiento que se trate y dispuesto para repetir las acciones que hubiera menester.
¿Cómo se promueve? Que empiecen a echar humo las web de los departamentos de jóvenes de los sindicatos, poniendo las personales a trabajar en un enjambre cruzado como no ha existido jamás. Acudiendo toda la juventud en masa para llenar las calles en las manifestaciones del 1º de mayo. Pasándose por las sedes de los sindicatos, para descubrir un mundo sumamente atrayente y desconocido para los luchadores novicios. Y una vez que haya aflorado la indignación, solo queda marcar los objetivos a lograr y las fechas de desarrollo. Se comenta que la juventud es cómoda, que no pelea porque los viejos cubren sus gastos; pero yo pienso que sobretodo es una juventud poco atrevida. ¿Qué no es así? Muy bien, ¡demostrarlo!
7.04.2011 Fernando Bolea Rubio
Sindicalista